RICARDO N. ALONSO *
Lo que hoy es el territorio de la Puna Argentina fue alcanzado a lo largo de los siglos y milenios por muchas vías y por muchos hombres. Los antiguos paleocazadores del Pleistoceno llegaron desde Asia a través del estrecho de Bering siguiendo la ruta de las megafaunas.
Sus proyectiles y objetos líticos, entre ellos las puntas con que daban muerte a mastodontes y otros grandes mamíferos, fueron encontradas por algunos arqueólogos. Se desplazaban a pie ya que todavía no había monturas ni animales para montar. Algunos ingresaron por lo que hoy es territorio chileno o por el oriente o por el sur y se fueron instalando en ese páramo altoandino.
Con fuentes aisladas de agua y unos pocos parches verdes. Los incas llegaron desde el Cuzco y establecieron una vialidad imperial que aún asombra al mundo. Venían acompañados por las nobles llamas. Más tarde lo harían los españoles con Almagro, Diego de Rojas y muchos otros, pero esta vez montados en briosos caballos andaluces. Esos mismos caballos a los que el laureado poeta peruano José Santos Chocano dedicaría uno de los más bellos poemas que se hayan escrito sobre el tema. La Puna se fue llenando de huellas que la atravesaban en todas direcciones.
El intercambio con el desierto de Atacama y el Altiplano fue permanente. Los cateadores mineros se internaban al desierto durante meses siguiendo los derroteros en la búsqueda de metales preciosos. Los cazadores de vicuñas recorrían toda la región en busca del preciado animal, por suerte hoy protegido. Lo mismo ocurría con los cazadores de chinchillas reales que terminaron extinguiendo a esos bellos e inofensivos roedores. Caravaneros, trajinantes, arrieros fueron trazando sendas en sus desplazamientos por el desierto, de caserío en caserío, de oasis en oasis y de poblado en poblado. Los pastores movieron sus ganados para adaptarse a los veranos y a los inviernos. Y fueron creando sendas en arenales y pedregales. Los trasportistas de sal en panes, primero con camélidos en tiempos prehispánicos y luego con burros y mulas cruzaron desde la altiplanicie a los valles abajeños con sus valiosas cargas y marcaron sus sendas o cachi-yupis.
El transporte de los boratos a fines del siglo XIX requirió de carromatos y tiros de mulas. Parecido a los famosos tiros de 20 mulas que unían el Valle de la Muerte con la costa pacífica en California. Asimismo, cientos de mulas con cargas de borato calcinado bajaban desde la Puna a las puntas de riel de aquel entonces. Esperidión Córdoba, el boratero de Tres Morros en Salinas Grandes, nos contaba la historia que recordaba de su niñez y adolescencia. Cuando imponía su autoridad en aquel desierto inhóspito Annie Mulryan de Sorich. Una bella dama extranjera, viuda, que hablaba con inconfundible acento, andaba siempre a caballo, vestía pantalones largos, camperón de cuero y usaba revólver al cinto. Esta mujer, recordada por su carácter fuerte e ideas adelantadas a su tiempo, hizo también minería en la región.
En una época en que la Puna era asolada por la banda de los famosos “cuicos”. Y junto a Catalina Alfaro en el siglo XVIII, Ascensión Isasmendi de Dávalos en el siglo XIX y Lola Mora en el siglo XX, dejaron su impronta para la historia minera del norte argentino. En 1900 y con la creación del Territorio Nacional de los Andes, la Puna comienza a ser frecuentada por decenas de misiones de viajeros, naturalistas y funcionarios que se desplazaban en tropas de animales. El general Daniel Cerri, primer gobernador de los Andes, llegó ese mismo año de 1900 y recorrió la Puna desde Jujuy a Catamarca.
Sus escritos son elocuentes del trabajo realizado, de los caminos recorridos, los poblados, la riqueza minera y los pocos cultivos y escasa ganadería. También de 1900 es el mapa de Feliciano Lavenas donde quedaron registradas huellas de arrieros y otras sendas que cruzaban el territorio. Para entonces acceder a la Puna llevaba al menos una semana de viaje montado en animales. Desde el Valle Calchaquí se accedía por varios pasos, entre ellos Tacuil, Luracatao y el Abra del Acay. También se alcanzaba el Acay y la Puna por la Quebrada del Toro; o bien por San Bernardo de las Zorras se llegaba al Moreno y desde allí a Salinas Grandes.
Esta última ruta es la que siguió la expedición de la nobleza sueca dirigida por el barón Eric von Rosen que nos dejó su inolvidable obra “Un mundo que se va”. Este noble sueco fue el primero en hacer cumbre en el cerro Chañi y determinar que se trataba de una montaña granítica glaciada. La expedición salió desde el centro de la ciudad de Salta y contó con tropas de mulares y grandes carretones de transporte de vituallas, pasto, agua y demás elementos para alcanzar y cruzar la Puna. Las fotos que acompañan el texto del libro son muy elocuentes de ese esfuerzo logístico con una financiación por demás generosa.
En la primera década del siglo XX, el tren comienza a trepar por la Quebrada de Humahuaca y llega hasta La Quiaca alcanzando Bolivia. Una década después lo haría por la Quebrada del Toro en esa monumental obra que es el ferrocarril Huaytiquina unido a los nombres de Richard F. Maury, el C-14 y su producto turístico el “Tren a las Nubes” que ya cumple 50 años desde su inauguración. Ese ramal alcanzó la alta cordillera para desde allí salir por Chile al Pacífico. Iban quedando en el olvido los arreos de ganado a las nitrateras chilenas que cruzaban la cordillera en varias direcciones desde los valles fértiles del este. Los toros herrados que dirigía el mítico arriero Antenor Sánchez inmortalizado en el libro Viento Blanco de Juan Carlos Dávalos. El gran escritor salteño que también se atrevió a cruzar la cordillera en aquellos viejos automóviles marcando senda y rumbo en la década de 1920.
Y así década tras década se iban logrando más y mejores rutas. Los jujeños lograron asfaltar su ruta por el Paso de Jama, los salteños mejoraron la ruta por el Paso de Sico y los catamarqueños lo hicieron por el Paso de San Francisco. Todas ellas con distintas realidades fisiográficas y climáticas. Pero todas cruzando la Puna y todas sorteando la cadena de los volcanes más altos del mundo. Por tierra, y también por aire, a través de vuelos que comenzaban a operar desde al menos la década de 1950, y desde 1980 regularmente con el salar del Hombre Muerto. En 1960 el diario El Tribuno organizó una travesía automovilística a la Puna para recuperar el viejo cruce de los arrieros a Chile a través del Paso de Huaytiquina. Entre otros participó el periodista Luis Alfonso Borelli.
En mi caso, comencé a viajar a la Puna a mediados de la década de 1970. Todavía era una odisea circular a lo largo de una Quebrada del Toro donde no había puentes y gran parte del trayecto se hacía por un estrecho camino de tierra pegado a la ladera de la montaña o bien por medio del río. Los veranos cortaban muchos trechos, sea por los afluentes laterales o por el mismo río Toro. El Candado era eso, un candado que bloqueaba el transporte aguas arriba o aguas abajo. Hoy se lo sortea a través una impresionante obra de arte vial.
Además de camiones chasis, los vehículos de entonces eran jeeps, estancieras y algunas camionetas. Los neumáticos eran un verdadero problema por las lajas filosas. La rotura de palieres y otros asuntos mecánicos estaban a la orden del día. Llegar a San Antonio de los Cobres demandaba el doble o el triple del tiempo que en la actualidad donde puentes y asfaltado han incrementado grandemente la calidad del viaje. Y también los vehículos dotados de mejores capacidades, tracción, potencia, neumáticos, confort y otras ventajas que hacen los viajes mineros y turísticos mucho más placenteros.
En la década de 1990 se construyeron dos grandes gasoductos que cruzan la Puna jujeña (Norandino y Atacama), y una línea de alta tensión que cruza la Puna salteña, todos ellos uniendo el norte argentino con el norte chileno. Un ramal del Atacama es el “Gasoducto Minero de la Puna”, inaugurado en 2007, que parte desde el límite con Jujuy, cruza la Puna salteña y se interna en el salar del Hombre Muerto, llevando energía calórica a las poblaciones y a los proyectos mineros.
La captación de energía solar, en el marco del aprovechamiento de las energías no convencionales, arrancó en el límite de las punas jujeña y salteña con paneles para generar 1.000 megavatios. El largo camino hacia la Puna continúa y cada año suma nueva infraestructura que va cambiando su fisonomía.
* Doctor en Ciencias Geológicas